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Discusiones en torno al lenguaje Juan Carlos Gómez* “Los seres humanos son seres que habitan en el lenguaje”
El lenguaje, capacidad inherente al ser humano, resulta ser el elemento central en la simbolización de la realidad, en la construcción de saberes, de experiencias, realidades y discursos. Siendo uno de los fenómenos más complejos de la humanidad, resulta necesario definirlo científicamente sometiéndolo a un examen riguroso dentro del campo de las entidades lingüísticas como lo son la lengua y el habla. Si bien entablan entre sí una relación casi estrecha, no deben converger en un solo concepto en tanto el primero tiene por función la simbolización del mundo, la segunda la organización de la realidad a través de un código lingüístico y el tercero la comunicación de esa realidad creada y significada. Palabras clave: lenguaje, simbolización, realidad, comunicación El presente documento busca entablar una discusión científica en torno al tema del lenguaje y su relación con el sujeto y la sociedad. Si bien el tema ha dado lugar a innumerables producciones escritas en todos los idiomas, no deja de convertirse, en muchas ocasiones, en un referente confuso precisamente por las traducciones realizadas. Hablar acerca del lenguaje debe implicar en gran medida el tratamiento de otras entidades como la lengua y el habla las cuales están en íntima relación con éste, así como también la comunicación y el proceso de significación. El artículo explicita, en primera instancia, el concepto mismo de lenguaje asumido desde la disciplina lingüística y su importancia en la construcción y reconstrucción de mundos posibles. En segundo lugar, se establece la relación lenguaje- cerebro, y finalmente la importancia del lenguaje en el escenario social.
El lenguaje constituye, sin lugar a dudas, uno de los fenómenos más
complejos de la humanidad. Dicha complejidad no sólo radica en el hecho de que es imposible localizarlo en un área específica cerebral, ya que abarca un vasto conjunto de sistemas neuronales, sino porque además tiene la peculiaridad de ser una facultad universal que involucra el uso de un código lingüístico verbal o no verbal (Geschwind, 1996; Damasio y Damasio, 1996), pero además porque permite que el ser humano estructure el pensamiento de manera simbólica; es decir, mediante un sistema de signos arbitrarios, éste puede expresar sus experiencias del mundo y sobre el
* Licenciado en Lingüística y Literatura, Magíster en Educación-Comunicación, Diplomado en Arte y cultura. Correos electrónicos: [email protected] o [email protected].
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mundo, sus sentimientos, emociones y necesidades, sus deseos, saberes, etc. El lenguaje permite al ser humano comprender, interpretar y comunicar la realidad no sólo desde la razón misma, sino también más allá de ella: desde la metáfora. Asimismo, en el lenguaje el sujeto es cuerpo, se vive cuerpo y es mundo. Sólo los seres humanos pueden pensar simbólicamente y como afirma Cassirer (1996), más allá de una definición del hombre como animal racional, es imperativo decir que el ser humano es un animal simbólico.
En este sentido, debe franquearse la errónea conceptualización del
lenguaje como “sistema de reglas que sirve para codificar y comunicar”, ya que ésta es otra entidad surgida del propio lenguaje: la lengua. Si el primero es inherente a la condición humana y tiene por función representar el mundo mediante signos, la segunda sólo puede aprehender dicha realidad y capturarla en un código lingüístico (Benveniste, 1978). De otra manera, en tanto el lenguaje permite la creación del concepto (abstracto por naturaleza), la lengua establece el vínculo configurativo entre el significado, el significante y la significación (por naturaleza sociales). El primero evolutivamente separa al sujeto de la especie animal y la segunda lo une a la realidad social y cultural. Por consiguiente, es este mismo fenómeno del lenguaje el que permite la creación y expresión de la palabra (logos). “El hombre es el único ser vivo que tiene palabra”(Aristóteles, 1977: 63). Sin duda, debe entenderse el lenguaje como el constituyente primario del ser, como el constructor del hecho social, del sujeto cultural y del sujeto discursivo. De esta manera, toda actividad del hombre se manifiesta en y por el lenguaje (Sapir, 1984; Valencia, 1998).
Desde este punto de vista, una orientación que supedita la visión del
lenguaje al mero sistema codificado sin lugar a dudas lo limita a ser una herramienta o mecanismo comunicativo, dejando de lado el enfoque trascendental previsto por Vygotsky (1995) cuando afirmaba que el pensamiento no se encarnaba en palabras sino que se efectuaba en palabras. El lenguaje debe verse como aquella capacidad humana cuya función es la simbolización y con ella el proceso de significación. Si se pretende la construcción y búsqueda de un sistema primario, más importante, más esencial y abstracto, un elemento (en el sentido más literal de la palabra) que interviene en el proceso de interacción y que conlleva a una acción discursiva, un elemento que construye saberes y por el que los seres humanos nos dimensionamos para significar y resignificar nuestras experiencias y darle sentido a la experiencia del otro, sin lugar a dudas, es el lenguaje.
Las fronteras del conocimiento han ido desvaneciéndose y el abordaje del
lenguaje ya no es exclusividad de la Lingüística, pues las ciencias humanas, en el presente siglo, han aunado esfuerzos para desarrollar categorías y prácticas de estudio mismo como lo son la intradisciplinariedad, transdisciplinariedad, interdisciplinariedad y la multidisciplinariedad, que por un lado han permitido realizar estudios más rigurosos y profundos sobre el
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lenguaje y los fenómenos del conocimiento, y por otro han permitido el nacimientos de nuevas disciplinas; es así como hoy tenemos campos tan diversos como: la psicosociolingüística, neurosicología, antropología filosófica, la psicolingüística, semiótica textual, la semiolingüística, sociolingüística, la lingüística matemática, la sicología fisiológica, la neurosicología, entre otras.
Los diversos estudios sobre el ámbito del lenguaje, desde algunos de estos
campos disciplinares, han permitido no sólo elevarlo a un estatus científico que carecía en la Grecia antigua, en donde su papel era casi nulo en la constitución del mundo, ya que sólo permitía describir (decir) cómo eran las cosas, ya que el ser entonces precedía al lenguaje, sino que con el advenimiento de propuestas teóricas de filósofos como Nietzsche (1969; 1986) con su fuerte crítica a los postulados metafísicos, Heidegger (1968; 1985) y su propuesta de la fenomenología existencial, y Wittgenstein (1988; 1999) con su comprensión radicalmente nueva del lenguaje, se instaura el llamado giro lingüístico: el lenguaje se convierte en esencia del pensamiento. En palabras de Vattimo (1987), la razón es destronada por el lenguaje.1 Este nuevo enfoque se ve respaldado por los planteamientos de Austin (1982) con su teoría sobre los actos de habla, trabajo continuado por Searle (1986: 42) desde una postura clara: “Toda comunicación lingüística incluye actos lingüísticos”. Todo ello, en conjunto, servirá de base para el nacimiento de una nueva disciplina: la Pragmalingüística. De esta manera, puede afirmarse que no hay, entonces, ningún ámbito del ser humano que no esté atravesado por el lenguaje y en tal sentido, siguiendo a Echeverría (1996: 21), “el lenguaje es, por sobre todo, lo que hace de los seres humanos el tipo particular de seres que son. Los seres humanos son seres lingüísticos, seres que viven en el lenguaje”.
Por consiguiente, debe suponerse que todo lo que compete a la existencia
humana, evidentemente, es por definición materia del lenguaje, y dado que la condición humana se compone de múltiples campos, sólo se abordarán algunos de ellos para rastrear la injerencia del lenguaje. En primera instancia, resulta innegable que el cerebro, a lo largo de la historia humana, ha sufrido procesos evolutivos ligados precisamente al lenguaje; por tal razón, el funcionamiento cerebral debió alcanzar procesos de optimización en función de los recursos disponibles y del sistema nervioso mismo (efector y receptor). No obstante, la forma, como el símbolo, se incorpora al cerebro como representación mental abstracta, pero al mismo tiempo como elemento fundamente en la producción de sentido aún resulta un enigma.
1 No debe tomarse esta afirmación de manera literal por cuanto la razón misma está encarnada en lenguaje, es decir, el proceso de pensamiento se realiza en lenguaje (o en imágenes mentales como lo manifiestan otros autores como Ramos Arenas –2008–, pero estas imágenes mentales forman parte per se del lenguaje). Posteriormente se organizan en un código lingüístico (lengua) o matemático (números) y se manifiestan a través del habla u otra forma de comunicación (gestos, señales, etc.).
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Puede afirmarse, sin embargo, que el cerebro procesa ciertas interacciones
no lingüísticas (entre cuerpo y entorno) como percepciones, acciones y emociones mediante un conjunto de neuronas o sistemas neuronales previstos
características como la forma, el color, tamaño, etc. (Damasio et al., 1996). Así, un primer patrón neuronal (P1) se especializaría en el reconocimiento de características físicas de la realidad en general. A su vez, un subpatrón reconocería formas (redondo, cuadrado, cilíndrico y demás); otro se especializaría en los colores (negro, rojo, azul, entro otros); otro retendría los sonidos (alto, grave, agudo, suave, etc.); un cuarto subpatrón dominaría los sabores; otro las texturas. Un segundo gran patrón (P2) se encargaría de identificar y organizar la realidad numérica: un subpatrón tendría a su cargo las cantidades cardinales (uno, dos, tres…); otro los números ordinales (primero, segundo, tercero, etc.); múltiplos, no contables, etc. Un tercer patrón (P3) con sus correspondientes subpatrones reconocería el tiempo (hoy, mañana, ayer, ahora y el tiempo en función del número: la una de la tarde, cinco, seis y demás). En suma, habría un gran patrón para cada variable de la realidad (con sus respectivos subpatrones): distancias, relaciones espaciales, emociones, sensaciones, relaciones sociales, etc. De esta manera, cuando un sujeto tiene alguna experiencia ante un evento se activaría/n un/os patrón/es y subpatrón/es específico/s, por ejemplo, ante la remembranza de probar un limón se activarían los patrones de sabor, forma y olor que elaborarían de manera conjunta la imagen mental de lo que se ha llamado “limón”. De igual manera sucedería para cualquier concepto o evento de la realidad, unos patrones se activarían y otros que no se requieren por la particularidad de la situación, se mantendrían inactivos (Gómez, 2000).
Ahora bien, dentro de este panorama evidentemente se encuentra el
sistema encargado de la representación de fonemas, combinación de ellos, reglas sintácticas, entre otras. Su localización se encuentra en el hemisferio cerebral izquierdo y es conocido como área de Broca. Asimismo, otro patrón se halla en el área de Wernicke y tiene por función la decodificación lingüística relacionada con la comprensión de las palabras (Luria, 1980; Geschwind, 1996). Todo lo anterior permitiría comprender por qué el lenguaje es una facultad humana, universal y no localizable en una sección específica del cerebro, sino que lo abarca en su totalidad por cuanto cada concepto (abstracto o concreto) no sólo requiere de la activación de un patrón específico y propio para la elaboración de la representación mental, sino también porque en la construcción de ideas a su vez se activaría un sinnúmero de patrones de asociación que conllevarían a la elaboración de discursos completos contextualizados (Gómez, 2000).
Lo anterior lleva a considerar dos cuestiones. En primer lugar, los
subpatrones neuronales deben representar y almacenar información en relación con un contexto específico. De esta manera se explicaría el hecho de que se reconozca, por ejemplo, una bandera como un símbolo universal, pero el sentido que se le da a los colores es eminentemente cultural, propio
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de un grupo social (piénsese en el color azul de la bandera colombiana que representa los mares que bañan las costas en tanto que el color azul de la bandera de Estonia se refiere más a la fe, la lealtad y a la dedicación). En segundo lugar, también existirían subpatrones neuronales especializados en representaciones de orden universal, por ejemplo el sonido de un trueno similar en cualquier lugar, el llanto de un bebé, el ladrido de un perro, el aullido de un lobo, el sonido del viento, las olas del mar, entre otros. La cuestión, en estos casos, supondría la invariabilidad del significado (trueno), la variabilidad del significante (trueno/thunder) pero también permanecería invariable el sonido característico del trueno, del llanto, del aullido, etc. (Gómez, 2000). El lenguaje en el ámbito social
La lengua, diría Benveniste, reproduce la realidad: “El que habla hace re- nacer por su discurso el acontecimiento y su experiencia del acontecimiento” (1978: 26). Pero sin la mediación del lenguaje, dicho proceso sería estéril, cuando no imposible. No podría existir significación de un acto sin lenguaje, ya que éste lo funda y a la vez dicho acto y/o experiencia social son configurados por la estructura de la lengua. La sociedad y la cultura no son posibles más que por el lenguaje, más que por la lengua, y por ellos también el individuo se vuelve posibilidad.
El lenguaje permite la concienciación del sujeto como un yo trascendente,
planetario y ético. “Representa la forma más alta de una facultad que es inherente a la condición humana, la facultad de simbolizar” (Benveniste, 1978: 27), y es esta capacidad misma la que permite la creación de la palabra para el establecimiento de relaciones comunicativas y discursivas consigo mismo y los demás sujetos. Pero asimismo, unifica la pluralidad de la existencia humana en un concepto: el ser social.
Se puede decir, entonces, que son las relaciones sociales las que
fundamentan la acción comunicativa misma, es decir, estas relaciones permiten la creación de reglas lingüísticas para que los interlocutores se relacionen, interpreten, reinterpreten y asuman una identidad de cara a la estructura social y sus mecanismos de acción. “Las relaciones sociales regulan los significados que crean los sujetos y se asignan a través de roles constituidos por estas relaciones sociales. A su vez, estos significados actúan selectivamente sobre las opciones léxicas, sintácticas, la metáfora, etc. (Bernstein, 1990).
La comunicación, entonces, es otro campo en donde se puede examinar la
importancia que tiene el lenguaje, porque siendo un hecho social, ella se inserta en la función simbolizadora del lenguaje. Quizá otros animales han desarrollado sistemas de comunicación, pero siendo éste un fenómeno consensual en los seres humanos, un fenómeno coordinador de acciones, un fenómeno discursivo: por definición es un proceso cultural propio del
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lenguaje, de la lengua y del habla. La reflexión base de la razón humana y su interacción con el entorno y los demás sujetos sólo es posible gracias al lenguaje.
Existe la falacia de que la comunicación es la transmisión de información,
una noción surgida de los propuestos teóricos de Shannon y Weaver (citados por Ramírez, 2008). No obstante, una aproximación de esta naturaleza conllevaría a pensar en la comunicación como un proceso estático por cuanto las posibilidades de re-creación de mensajes por parte de los oyentes no serían posibles. De manera evidente, hoy gracias a los avances de las disciplinas y en particular de la Pragmalingüística se puede afirmar rotundamente que esto no es así. La comunicación es una propuesta constructiva de sentido y significado entre sujetos, un proceso que requiere de un elemento trascendental como lo es el lenguaje para lograr su plena realización. De esta manera, el fenómeno de la comunicación, según Maturana, citado por Echeverría (1996: 82), no depende de la información que se brinda sino de lo que sucede luego de una interpretación por parte de quien/es escucha/n. Según esto, “es el escuchar, no el hablar lo que confiere sentido a lo que se dice”. Cuando se escucha hay una reinvención y re-creación del mundo, puesto que se transforman de manera simbólica la realidad y las experiencias sobre el mundo vividas por cada sujeto y sobre ellas mismas se opera también con el lenguaje, la lengua y el habla.
Pero la comunicación sólo puede efectuarse mediante las manifestaciones
lingüísticas –actos–, según Habermas (1987), con los que un hablante puede entenderse con otro acerca de algo en el mundo. Estos actos, que no deben entenderse únicamente como expresiones comunicativas orales o escritas, sino también como manifestaciones de la comunicación no verbal (kinésica, proxémica, paralingüística), tienen por función la normativización de la acciones para que los sujetos puedan referirse a tres niveles de la realidad como son: el mundo objetivo, el mundo social y el mundo subjetivo, entablando vínculos racionales con pretensiones de validez, inteligibilidad, verdad y rectitud. Se fundamentan así en el lenguaje la comunicación y la intersubjetividad. Diría Wittgenstein (1994: 91) que “el significado de una palabra es su uso en el lenguaje”. Por lo tanto, el imperativo categórico del nuevo siglo es enseñar a escuchar, es poner en práctica y enseñar una pedagogía de la escucha. Bibliografía ARISTÓTELES (1977): Política, Madrid, Editora Nacional. ACERO, J. (1990): Introducción a la filosofía del lenguaje, Madrid, Cátedra. AUSTIN, J. (1982): Cómo hacer cosas con palabras, Buenos Aires, Paidós.
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